El Clarín de Morelos
(…) Pedro Martínez Bello (…) Es parte de un grupo poderoso
de postulantes en Morelos, y no llego a entender cuáles sean sus intenciones
o si existe una colusión, cual sea y con quiénes la hagan
o si existe una colusión, cual sea y con quiénes la hagan
I Parte
Javier Jaramillo Frikas / El Clarín de Morelos
Adolfo Deguer Kado vivió ochenta y tres años. Hombre
querido, respetado, admirado por gran parte de la sociedad morelense, fue
además honrado y honorable. Conocimos de un viejo amigo de él vicisitudes de
sus últimos cinco, seis años, y su caso es el de muchos que trabajando la mayor
parte de su existencia, consolidó una familia de valores y él mismo era el
prototipo del empresario exitoso.
Sin embargo, sus últimos días, años, fueron poco citados en
los círculos generales de una sociedad que, como es la morelense, hasta de
lejos está normalmente al pendiente de los suyos, de sus paisanos, de sus
personajes, de sus amigos. Tuve la oportunidad de conocerlo y tratarlo, de
compartir con él largas conversaciones, recuerdos del Cuernavaca que vivió y la
coincidencia con amigos tanto aquí como en otras entidades. Fue amigo de mis
padres, contemporáneos casi. Hasta que dejé de verlo me consideré su amigo y
lamento con su muerte lo que seguramente le rodeó sus últimos años y meses de
vida:
La ausencia, su propia ausencia…
Don Adolfo padeció los postreros cinco años de su existencia
atrapado en ese mal que pareciera común pero no solo hace estragos a quién lo
vive sino a los que le rodean y aman como es su familia. Como muchos, este que
escribe se enteró que Deguer Kado, ese Gran Caballero de Estampa Fina –sin duda
alguna—ya no estaba, transitó al espacio de la inmortalidad si aplicamos la
convicción que “ellos nunca se van”, y menos si además de oriundo de
Cuernavaca, entregado a sus actividades por décadas, vivió breves espacios en
la vida pública que Morelos y los que aquí hemos vivido jamás vamos a olvidar,
y citamos algunas de sus impecables obras al servicio de sus paisanos:
*La construcción de cuatro carriles de Cuernavaca y un poco
más allá de Cuautla, luego que la visión de su jefe y amigo Lauro Ortega hizo
del Cañón de Lobos una ruta segura, transitable, que unió a un Morelos partido
geográficamente. Es, desde los primeros años de los 80’s el insustituible
Boulevard Cuaunhahuac—Boulevard a Cuautla, o como cada quien gustemos llamarlo.
Magna obra, imposible de borrar.
* Años después, en tiempos de otro ejemplar gobernador,
Antonio Riva Palacio López, desde la administración municipal con Julio Mitre
Goraieb, la Avenida Teopanzolco, desde Atlacomulco hasta Lomas de Cortés, no
solo la primera, sino una de las obras más útiles en los últimos 30 años en
nuestra ciudad.
Dibujamos el tamaño moral y de compromiso en Adolfo Deguer,
que de la obra del Paseo y Boulevard, regresó varios cientos de miles de pesos al
gobernador Lauro Ortega que, sorprendido, lo presumía con su equipo más
cercano, en las reuniones de gabinete, gritando a su mero estilo:
--“Vean a Deguer, le sobró dinero de la obra de Cuernavaca a
Cuautla, además de eficiente es honrado. Y aprovecho para decir a todos: del
que sepa que es ratero, lo meto a la cárcel”, y don Lauro dejaba ver esa su
sonrisa cuando le divertía advertir a su equipo. Por eso lo apreciaba y
presumía con los demás. Fueron amigos.
Desacostumbrado a la cosa pública, Adolfo Deguer aceptaba un
cargo, solo si para servir era, de lo contrario lo rechazaba. Su fama de
eficacia, honradez y firme carácter, la cargó hasta el último de sus días por
aquí en nuestra tierra y en donde anduvo.
El Alzeheimer lo fue atrapando y con esa enfermedad,
arribaron personajes que aprovecharon las condiciones.
Han hecho tropelías con el trabajo de toda una vida de don
Adolfo y su familia. Nos cuenta su viejo amigo que se viven intensos litigios
porque personajes extraños a la familia pero ligados al poder, administradores
de la justicia y abogados de presunta prominencia, intentan el uso de inmuebles
icónicos para los morelenses que quizá la oriundez de estos sujetos
profesionales del derecho, no perciban y menos conozcan orígenes.
Uno de estos, que todos ubicamos en Cuernavaca como
“Baalbek”, media manzana entre las calles Galeana y Netzahualcoyotl, que
durante la gestión de Jorge Morales Barud como presidente municipal le fue
rentada o prestada por su amigo Adolfo, cuyas familias comparten ascendencias
libanesas, pero ambos morelenses de cepa. Conociendo a don Adolfo, en este
trato del 2012 al 2015 predominó la amistad sobre el costo del arriendo de la
hermosa residencia blanca con dos entradas por Netzahualcoyotl y otra en
Galeana en la esquina con Motolinia, que durante largo tiempo fue el
restaurante de comida libanesa “Baalbek”.
Antes de ello, los viejos cuernavacenses que nos ilustran con
su sabiduría y buena memoria, relatan que era la casa de los padres de Adolfo
Deguer Kado y sus hermanos. Ahí se criaron, de hecho a dos cuadras del centro
de la ciudad. El contemporáneo de don Adolfo nos afirma que no conoce si
existen juicios que libra su familia, pero fue contundente en el caso de la
residencia de los padres y del propio Adolfo:
--“Se que abogados ligados con la última persona que vivió
con Adolfo, una señora del Distrito Federal, el ya con evidente falta de
capacidad para tomar decisiones, lo hicieron firmar, un documento de comodato
por varios años. Y si das una vuelta por ahí, encontrarás que es seguramente El
Despacho Jurídico de mayor lujo que exista en Morelos. ¿Te imaginas aquella
hermosa casa hoy convertida en despachos y sede de una agrupación de abogados?
¡Adolfo no estaba en facultades para firmar nada, seguro fue manipulado!. ¡No
tenía la menor condición de discernimiento, se encontraba seriamente enfermo,
al grado que semanas después murió!”.
Y aporta un dato firme:
--“Esa presunta firma
de la casa que sus padres le heredaron, se hizo dos meses antes que falleciera
Adolfo. No es posible. Estamos ante un evidente abuso de poder y de acciones
permitidas por instancias legales que bien vale exhibir”.
Nos dio un nombre: abogado Pedro Martínez Bello y un camino
para encontrar la verdad de este asunto:
--“Es parte de un grupo poderoso de postulantes en Morelos,
y no llego a entender cuáles sean sus intenciones o si existe una colusión,
cual sea y con quiénes la hagan”.
En efecto, el licenciado Martínez Bello es dirigente de una
agrupación de juristas. No lo he tratado personalmente pero he visto su
insistencia por que se aplique justicia en varios casos de corrupción, sobre
todo en el gobierno de Graco Ramírez. Es mediático. Incluso, en lo personal, he
seguido con atención sus andares por la vida pública y –esta es una opinión
personal del que escribe--nos pareciera un profesional en lo que hace.
Bien vale buscar que función realiza en este tema que nos ha
interesado más allá de la amistad de un morelense de primera y el entorno que
haya vivido durante sus últimos años que, lo asegura su entrañable amigo, “ya
no estaba con nosotros, Adolfo se había ido y era usado con malas intenciones
sin darle acceso a su familia”.
Y nos retornó a aquella tarde que lo encontré en el
estacionamiento de un edificio lujoso de grandes departamentos en la zona de
Reforma de Cuernavaca. Fue hace poco más de tres años, por ahí. Vi la
inconfundible figura de un Adolfo Deguer que tenía años no veía. Me alegré y
apreté el paso para saludarle. Me acerqué lo suficiente para que me ubicara y
saludara. No me reconoció. Le dije a la señora que lo apresuraba de un brazo
para subirlo a una camioneta, que era su amigo, le di mi nombre. Y don Adolfo me
veía con insistencia pero no reaccionaba.
--“¡Permítame, tenemos prisa!”, dijo la mujer, dio la vuelta
al lado del conductor, tomo el volante y se alejó.
Don Adolfo Deguer falleció hará unos dos o tres meses, fue
una perdida grande para Morelos. Buen amigo, aunque desde niño supe de él,
luego pasaba y veía los autos en las Palmas, quien me llevó con él, a su casa,
fue el maestro Manuel Buendía Tellezgirón, sin duda el periodista más
importante de la segunda década del Siglo XX si no el más con otros como don
Julio Scherer García.
Con don Adolfo y su eterno amigo Manuel Herrero, Buendía me
llevaba como su acompañante a largas reuniones de viejos amigos. Justo ahí,
aprendí a respetar a don Adolfo, al señor Herrero y, por supuesto a refrendar
mi relación con el admirado columnista de “Red Privada”, que de vivir no solo
encabezaría acciones que esclarezcan que hicieron con Deguer los últimos años,
sino iría más allá:
Quiénes son, que intereses
tienen y cuánto le quieren quitar luego que descansa en paz…
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