lunes, 7 de agosto de 2017

Desde la Fe / Editorial
Semanario Católico de Información y Formación

Morelos, corrupción y decadencia

Domingo, 06 de agosto de 2017.- La reciente Marcha por Morelos, alentada por diversos líderes sociales, no es la primera en la historia reciente del Estado en demandar lo que es urgente: justicia y seguridad. Desde el año pasado, los reclamos habían llegado a la mesa de la Secretaría de Gobernación para dar cauce al clamor de la población que ha visto cómo las graves vulneraciones a los derechos individuales van de la mano de la impunidad y la corrupción de un sistema que está diezmando a la entidad, ahora en riesgo por dejar sin paz a sus miles de habitantes.

Las demandas de esta Marcha por Morelos tuvieron, además, el respaldo inédito de la Iglesia de Cuernavaca. Mons. Ramón Castro Castro, en rueda de prensa, anunció su apoyo por ser una obligación pastoral, por llevar la voz de los que no tienen voz, pero también por sufrir persecución de las autoridades, quienes lo acusan de inverosímiles apropiaciones indebidas de recursos y de solapar actuaciones políticas que le han provocado incluso amonestaciones de la Secretaría de Gobernación. Así, Mons. Castro caminó hasta los límites del Estado como un ciudadano y pastor, pues tiene de primera mano, a través de sus visitas pastorales, el pulso exacto de un Estado moribundo.

Morelos vio cómo las esperanzas de la alternancia se vinieron abajo como castillo de naipes o fortaleza construida en el aire; poco a poco, por las oquedades del régimen perredista, se minó la franca corrupción, que pone en tela de juicio los supuestos logros ante la realidad de una sociedad apabullada por la propaganda oficial sobre la reducción de la delincuencia; sin embargo, la realidad es otra. 

Según el Semáforo delictivo, herramienta que monitorea la incidencia delictiva en México, el estado de Morelos sigue repuntando en  homicidios; en junio pasado superó en 31% la media nacional en la comisión de este delito. Pese a las cortinas de humo de las autoridades por aparentar que en Morelos está el paraíso, la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de Seguridad Pública 2016 (ENVIPE) señaló que de cada diez delitos, sólo uno se denuncia. En la “Ciudad de la Eterna Balacera”, Cuernavaca, los encargados de la seguridad denuncian por lo menos 49 colonias de alta peligrosidad, donde se cometen robos violentos, agresiones sexuales y homicidios, y la ciudadanía no denuncia por desconfianza y frustración.

A esto se suma el incumplimiento en las promesas de campaña del “candidato de la gente”. Al asumir el cargo, el gobernador sostuvo la firme promesa de impulsar la revisión del gobierno y la revocación del mandato; sin embargo, a pesar de las manifestaciones y protestas, el mandatario se pega a la silla cual lucrativo trampolín para sus más altas pretensiones políticas. Y qué decir del empleo y la pobreza. La administración 2012-2018 juró y perjuró crear miles de plazas de trabajo y, por el contrario, de acuerdo con las cifras de la Secretaría del Trabajo, en 2016, cuatro de cada diez habitantes no tienen empleo. El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social reveló que, en 2016, 52.3 por ciento de la población de la entidad vivía en la pobreza. No puede dejarse de lado el uso de chicanadas y tropelías de las cuales se echó mano para aprobar iniciativas contrarias a la dignidad de la familia, obviamente, con aprobación del gobierno estatal.


Cuando el actual gobierno morelense inició su ejercicio en 2012 jamás imaginaría la comisión de un acto que serviría de perfecta alegoría y vaticinio del actual desastre: en diciembre de ese año, la colosal estatua de bronce del Generalísimo que servía para señalar los límites entre dos Estados fue vandalizada y robada. Hoy ese espacio está olvidado y decadente. El insurgente jamás regresó como había prometido el gobernador. En eso se ha convertido el Estado libre y soberano de Morelos.

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