Dónde estuve y por qué no fui…
A mi amigo Paco Guerrero Garro
A Colosio le va a quedar chica
la historia: Pancho “El
Pelucas”
¿Qué pasó maestro, cómo va la
semana; habrá chance de que me pele la cabeza?
Así saludé el miércoles 23 de
marzo de 1994 a Pancho, mi peluquero y amigo.
“El Pelucas” era un caballero y “cabellero”
(como yo le decía) educado, al que conocí por allá del 73, cuando a Anastacio
Martínez, Tachito como le gustaba que lo llamaran, aunque la mayoría de los
carpinteros, de los que era el mejor, apodaban el Trompas, le dio por ir a los
grupos de la doble A. Decidió dejar de tomar y, desde que fue a su primera
junta y hasta que murió, jamás volvió a tomar esa primera copa, de la que
hablan los Alcohólicos Anónimos.
Pancho
“El Pelucas” era un padrinazo, desde finales de los 60´s; era estudioso del
programa y solidario con los desafortunados que vivían esclavizados al alcohol.
Dicen que en la tribuna era muy bueno y por eso, tenía mucha agilidad mental
que lo hacía bueno pa´l albur.
Mientras no
tenía a alguien en el sillón de pellejo; “esta no es piel, ni vinil, ya es el
puro pellejo, pero todavía funciona bien”, comentaba a manera de broma y albur,
golpeando con ligeras palmaditas el vetusto sillón, parte central de sus herramientas
de trabajo.
Para entonces ya
tenía yo algunos años en el periodismo, improvisado y provinciano, como soy yo,
por eso de vez en vez, el generoso “Pelucas” me hacía plática sobre política. Ese
día no fue la excepción. Serían las 6 de la tarde, 6:15 a lo más, cuando llegué
a la peluquería.
Ya sentado en
el “sillón de pellejo”, la conversación nos llevó al tema central de la
política en aquellos años: la sucesión presidencial. Al maestro Pancho le
gustaba leer; tenía siempre en su mesita de espera, las revistas Siempre, Impacto
y, ocasionalmente, Proceso. Recuerdo que le gustaba leer a Marco Aurelio
Carballo, a Rafael Cardona y, claro, a don Julio Sherer, tanto como a Vicente
Leñero: “esos cuates son muy buenos, me gustan mucho sus análisis”.
─ Oiga, siempre me habló de usted,
como escuché que trataba a todos sus clientes, “Cómo ve a Donaldo Colosio, como
que se les está saliendo del carril; a mí se me hace que va a ser un buen
presidente; A Colosio le va a quedar chica la historia, para registrar todo lo
bueno que va a hacer…
Fanfarrón y
lucido como siempre he sido, mi respuesta se dirigió a presumir en aquel
momento, lo que unos días antes me había hecho enfurecer:
─ Fíjese maestro que en este momento estaría
yo en Tijuana. Me invitó uno de los colaboradores más cercanos de Luis Donaldo
Colosio. Tenía que haber volado hoy muy temprano de la Ciudad de México a
Tijuana. Había un lugar para mí en el chárter, en el que se fue gente del
candidato…
─ Mire usted, me respondió como dándome “el
avión”, porque seguramente creyó que lo estaba cuenteando.
Y no, no era ninguna mentira, era la pura
verdad, días antes, en una comida en el domicilio particular de Jorge Armando
Meade Ocaranza, allá en una de las privadas de la colonia Las Palmas de
Cuernavaca, fui invitado a comer, junto con un grupo de periodistas, para
saludar a Víctor Manuel Palma César, colaborador cercanísimo, hombre de
confianza del abanderado presidencial.
Durante la plática, en la que estoy seguro
que estaban Héctor Ibarra Rueda, Hugo Calderón Castañeda y Guillermo Cinta
Flores, fui arrinconando el tema para hablar de Tijuana, de una visita que
había yo hecho al comité municipal de PRI, que presidía entonces Antonio Cano,
para preguntar por Leonardo Ochoa Mérida (qepd), ya ex delegado del CEN del PRI
en Morelos y encargado de alguna de las áreas administrativas más importantes de
la campaña presidencial.
Víctor Samuel Palma habló muy bien de
Leonardo Ochoa y nos soltó sin rodeos: “Voy a pedir que los inviten a la gira
que va a realizar Luis Donaldo (siempre se refirió a él con familiaridad, con
la confianza que da el ser amigos) a Tijuana; les van a llamar”.
Y así en medio de anécdotas y recordatorios
familiares afectuosos, como el caso de su padre, Don Víctor Palma, que trabajo
en la Cervecería Corona y mi tío el Trompas, Tachito, que hizo lo mismo, sólo
que como contratista, se dio la reunión que concluyó con afectuosos estrechones
de mano. La invitación quedó hecha.
Pasó el tiempo y, de repente sonó el
teléfono, estoy seguro que en mi casa. Vivía yo en el departamento 310, del
edificio ubicado en Galeana 4 (hoy 6), exactamente atrás de Palacio de Gobierno.
─ Es usted el señor Pedro Martínez, me dijo
la persona del otro lado de la línea telefónica.
“Le hablamos de la oficina
del candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio Murrieta, para
invitarlo a su gira por Tijuana; tiene usted un lugar designado en el vuelo chárter
que los llevará a aquella ciudad… Lo único que debe hacer es presentarse en la
sala (no recuerdo el número) a las 7 de la mañana”, creo que el avión salía a
las 7:45.
Previo al viaje a Baja
California, comenté en el periódico, debe haber sido El Vespertino de mi
querido amigo y maestro Carlos Cedano Vázquez, que me habían invitado.
Creo que fue un error que
mi amigo Víctor Hugo Bolaños se enterara, no sabía escribir, ni tenía idea de
dónde colocar un punto o una coma (cuando terminaba un texto, era cínico, ponía
muchas comas y muchos puntos, para que quien le corrigiera, lo hice en
muchísimas ocasiones, las y los pusiera en donde correspondiera), pero era bueno
para la lisonja, para servir de patiño a quienes servía. No sé si siga igual.
Me dicen que ahora es el hombre de confianza de Jesús Alberto Capella Ibarra.
Cuando le pedí permiso a
Carlos Cedano, creo que me dijo: véalo con Bolaños y Víctor Hugo, tronando los
dedos mientras abanicaba las manos, me empezó a echar un cuento, largo y
cargado de argumentos sin valor, supongo que era pura envidia por haber sido ignorado.
Él creía que era una invitación el periódico, ignoraba que la atención era
personal, gracias a la intervención de Víctor Samuel Palma, de quien años más
tarde se hizo empleado.
La “peluqueada” con el gran
Pancho “El Pelucas”, ahí en la calle de Hidalgo, a la vuelta de mi domicilio, en
donde compartía el negocio con el maestro Toño, que ya debía haber muerto, se
prolongó hasta por ahí de las 7 de la noche. Me despedí porque me dio la
impresión que empezaba a llover; una ligera brisa, pero la lluvia se asomaba.
Llegué a “La Ballena”, la
marisquería que tuvieron durante más de 4 décadas los papás de Dolores, mi
esposa, Toño Nava y Hortensia Lazos y platiqué un par de minutos con uno de los
asiduos clientes del billar que atendía el español Paco Sendón. Era un taxista setentón
y larguirucho, que no había vez que no entrara y preguntara: por aquí pasa el
Metro para San Antón.
Cuando abrí la puerta de mi
casa, estaba prendida la televisión, no sé en qué canal, prendí el (la, dicen
que debe decirse correctamente) radio, estaba una de las emisiones del
noticiero que compartía Pedro Ferriz con Carmen Aristegui y Javier Solorzano;
creo que sí eran ellos. Se hablaba ya del atentado en contra de Luis Donaldo
Colosio Murrieta, en Lomas Taurinas, en Tijuana.
Repentinamente se mandó a corte y apareció a
cuadro Jacobo Zabludovsky dando la nota. Talina Fernández estaba como enviada desde
el Hospital General de Tijuana. En realidad allá vivía. Hacía un programa de
esos de ofertas televisivas, junto con Mara Patricia Castañeda.
Lo único que recuerdo es lo que Diego Fernández
de Ceballos le respondió, cuando lo entrevistaron sobre el atentado en contra
de su adversario como candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio:
─ Sólo puedo decirte Jacobo,
se refirió al periodista más influyente del siglo pasado, que en este momento
mi familia y yo, nos retiramos a hacer oración por la salud del señor
licenciado Luis Donaldo Colosio Murrieta. Unos momentos después se anunció su
muerte, ese acontecimiento que convulsionó a la nación y que no pude
presenciar, porque era “un tema nacional y yo trabajaba en un periódico de
provincia”, como me ilustró el “Estropajo”, como le dicen mis amigos Javier y
Juan Jaramillo Frikas al periodista Víctor Hugo Bolaños.