24 de junio de 2014...
UNA NOCHE EN EL ZÓCALO
Vengo a decirte, que hay lunas
que nos hieren. Que existen noches,
sin wisquies ni placeres. Quiero
que sepas, que está cerca tu condena.
Hoy una madre, murió de pena
que nos hieren. Que existen noches,
sin wisquies ni placeres. Quiero
que sepas, que está cerca tu condena.
Hoy una madre, murió de pena
Por: Juan JARAMILLO FRIKAS
La plaza de armas abarrotada, se
daba una jornada del Festival Internacional de Cuernavaca (FICUER). En el
templete, la tremenda banda dirigida por el maestro Pedro Alberto Cárdenas Segura, cuyo arreglo iniciaba con el redoble
marcial de los milicos. Te imaginabas
al Chile de Pinochet.
Ras, Tras,
Tras. Ras, Tras, Tras. Ras, Tras, Tras……
Se trataba
de una canción del grupo chileno Los Ángeles
Negros, cuyo nombre no recuerdo, pero, la identificaba emocionalmente por
ser una de las preferidas de quien la interpretaría esa noche. Unos segundos y
ahí estaba, micrófono en mano, nerviosa, pero, con su clásica sonrisa
contagiosa dibujada en su rostro. Un saludo al público y arrancó.
“Yo
traigo la verdad en mi palabra. Vengo a decirte de un niño sin abrigo. Vengo a
contarte que hay inviernos, que nos muerden. De la falta de un amigo”
La
descarga emocional que daba a la interpretación, motivaban quiebres en su voz apenas
perceptibles por el auditorio. Parecía un asunto de estilo, pero no, realmente
la canción le podía.
Pocos
sabían que en la emoción de su canto, se anidaba un reclamo y declaración de
guerra, al enemigo invisible que algunas veces doblegó su cuerpo, pero nunca su
alma, forjada en la adversidad del dolor y los males no buscados.
Guerrera
de la vida, transformaba sus quebrantos en optimismo, su espíritu alegre
superaba el cotidiano vivir y escenarios como el de esa noche, le permitían
liberar sus demonios a través de esa maravillosa voz cultivada en las noches
del barrio y la descarga callejera.
“Vengo
a decirte, que hay lunas que nos hieren. Que existen noches, sin wisquies ni
placeres. Quiero que sepas, que está cerca tu condena. Hoy una madre, murió de
pena.”
Escucharla
era privilegio, su estilo arrebatado que solo quienes dominan el sincopa del
compás, le daba otra dimensión a su canto. Su voz se elevaba a un espacio
emocional, que liberaba su alma de pesares y congojas. Su robusto, pero frágil
cuerpo nunca se rindió, para vivir a plenitud. Una voz como la suya, alcanza su
plenitud en base a las alegrías y mayormente, a los desencantos que dejan los
amores.
En
el amor, no tan solo encontró la emoción de su canto, sino, la razón y esencia
de la vida, que en su vientre de mujer germinó. Dada su complexión, su madre
vino a descubrir a los ocho meses que “la niña estaba embarazada”, el doctor de
cabecera dijo: “Es muy peligroso su parto, necesitamos que se hospitalice de
inmediato”. Llegó el día, era un niño, y de pronto, entre sueños la paciente
escucho:
“Necesitamos
amarrarle las trompas –de folapio o algo asi- Güerita”.
¡Ni madres,
quiero tener otro cuando menos! ¡Ni madres doctor, así déjeme! ¡Que siga la
fiesta! Y siguió la fiesta.
“Déjame
cantar, tengo vergüenza. De ser humano como tú y en tu presencia. Descubrirme a
mí mismo en tu figura, que poca cosa somos sin ternura….aa..aa”
Ayer
debería cumplir 51 años. No exagero, era una artista excepcional. Con una
versatilidad única, lo mismo te hacia un sketch cómico, que cantaba una
explosiva rumba, cumbia o guaguancó. Su fuerte el bolero, trovadora deveras.
Se
llamaba María del Carmen, le
decíamos Carmelita. Era mi
hermanita.
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