El futbolista y el españolete
(…) pero no son la señora Yeidckol
y su partido quienes pueden criticar las profesiones anteriores
de los demás (...) En sus candidatos hubo un stripper,
un líder sindical acusado de corrupción
y que huyó del país, priistas de dudosa reputación
y probidad, como Bartlett
y su partido quienes pueden criticar las profesiones anteriores
de los demás (...) En sus candidatos hubo un stripper,
un líder sindical acusado de corrupción
y que huyó del país, priistas de dudosa reputación
y probidad, como Bartlett
Juan Ignacio Zavala / El Financiero
Para quienes todavía no saben qué
tipo de trato pueden dispensar los líderes de la llamada cuarta transformación,
vale la pena traer a colación la última burrada de la señora Yeidckol Polenvsky –también conocida
como Citlali Ibáñez en sus años de
oscuro y desconocido anonimato–. Todos sabemos que lo único que no se le puede
negar a la señora Yeidckol es su
lealtad inquebrantable a López Obrador.
Ella ha estado ahí estoica ante la adversidad. No importa que de pronto la
ninguneen, la excluyan, la escondan de las decisiones importantes, o que usen
sus cuentas bancarias para hacer operaciones de lavado de dinero. Ella sabe que con el jefe, callar y
obedecer es la única receta para el reconocimiento, para obtener una
encomienda, para estar cerca de su “corazoncito”. Fuera de eso, todos sabemos
que Polenvsky es de una torpeza casi
inaudita en las altas esferas de la política –quizá solamente comparada con la
de Gustavo Madero–; su
comportamiento porril se asemeja más al de un diputado del llamado Bronx, que a quien preside un partido.
Hinchada de triunfo, la señora no
puede reconocer otra cosa que no sea sumisión a su líder máximo y a su
movimiento triunfador en las elecciones. Convencidos de su vocación de
aplanadora son incapaces de reconocer el triunfo ajeno, el logro de cualquier otro.
Y es entonces cuando viene el sentimiento de revancha, el desprecio como
herramienta de defensa, la descalificación como argumento político, sin
importar si se trata de descalificar una profesión o el lugar de nacimiento de
una persona. Como se sabe, la señora Polevnsky
se refirió a Cuauhtémoc Blanco como
“el futbolista” y al más cercano
colaborador de Blanco, como “el españolete este”.
Lo primero que hay que decir es
que la señora se refirió así sobre un gobernador electo. Cuauhtémoc Blanco es tan gobernador electo de Morelos como Andrés Manuel presidente electo del
país. Que quien fuera un talentoso futbolista sea ahora gobernador de una
importante entidad del país es ciertamente una novedad, pero no son la señora Yeidckol y su partido quienes pueden criticar
las profesiones anteriores de los demás.
En sus candidatos hubo un stripper, un líder sindical acusado de corrupción y que huyó del país, priistas de dudosa reputación y probidad,
como Bartlett (un hombre que no
puede viajar a Estados Unidos por las sospechas de su participación en
crímenes) y una fauna de lo más variada. Cuauhtémoc
no tiene problemas para viajar ni para
salir de su casa, la gente lo
quiere, le pide fotos y por lo menos le reconoce algo de lo hecho en su vida a
favor del país, cosa que no se puede decir de Polevnsky ni sus compañeros en
general.
El otro asunto me parece más
grave porque viene cargado de xenofobia, a la que es tan afecta un sector de la
población que apoya decididamente a AMLO en las redes sociales y al que cariñosamente
se le denomina “la chairiza”. La
señora adoptó nombre y apellido extranjero por voluntad propia y renunció a su
mexicanísimo Citlali por el polaco Yeidckol. Debiera por tanto ser la
primera en respetar los orígenes de los demás. Pero quizá es mucho pedirle a una mente cerril. Hay en Morena una
sistemática sospecha sobre lo extranjero. Es de esperarse que eso no se vuelva
política pública de la mano con un nacionalismo trasnochado que también se
asoma en esta nueva época.
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