El autógrafo más preciado
Dedicado a Perla Leal
El 28 de noviembre de 2014
terminó para mí uno de los trabajos más gratificantes como editor de libros:
ese día fue la presentación de Mercado Adolfo López Mateos 50 años de un
gigante 1964-2014, un volumen de
184 páginas definido en su desarrollo como libro para los comerciantes.
¿Cómo fue posible hacer algo así? ¿Cuál debería ser el contenido de un libro
sobre medio siglo de este enigmático lugar? Editar libros es una aventura
gozosa más en el camino seguido que en el objetivo final. Así ocurrió. Este
final fue apenas el principio de esta historia.
Meses antes nos habíamos reunido
todos los involucrados en el trabajo para delimitar tareas, fijar objetivos,
establecer una fecha límite, elaborar un listado de los comerciantes más
longevos en su labor cotidiana, recopilar fotos antiguas, escuchar anécdotas y
delimitar capítulos: del éxodo de comerciantes hacia el nuevo mercado, la
descripción de su arquitectura, el intento de pintar el mural más grande del
mundo en su interior, una reseña de la vida pública de Mario Pani, el arquitecto creador del edificio, hasta la historia
de los dos incendios que casi terminan con el lugar.
Pero para conocer todo esto y
para poder plasmarlo en un libro hacía
falta algo más que eso. -Tienen que ir al mercado, platiquen con la gente, a
ver qué se encuentran. Ustedes no le van a poner carga emocional, nos dijo Juan Jaramillo Frikas, hermano de Javier, sendos personajes de este
centro de abastos. Y no entendía entonces eso de carga emocional.
Como pudimos, nos metimos al mercado
a platicar con la gente. A tomarles fotos. A escucharlos. Eso. Sólo
escucharlos. Y fue así como unos enteramos de cada una de las vidas de quienes
hace más de 50 años han estado al frente de sus negocios, en un lugar que se ha
ido transformando cada década y que sigue en constante evolución.
Seleccionamos 200 fotografías de
entre más de más de dos mil recopiladas, solicitamos al archivo Pani algunas más para ilustrar la
portada y páginas interiores, sorprendiéndonos por la cantidad de obras que
quedaron inconclusas del proyecto original: sólo se construyó la parte central
que era el mercado, que representaba algo así como el 40 por ciento del total
planeado. Y diseñamos una y otra vez el contenido, hasta lograr una maqueta
final, que le dio funcionalidad al ejemplar.
Como casi todas las veces,
imprimimos apenas con el tiempo exacto para darle acabados al material y estar
listos para la presentación de libro, acordada en la Univac, cuyo dueño, Jorge
Arizmendi, es otro de los hijos del mercado como lo dice el
libro, pues su padre fue comerciante del López Mateos y así lo reconoció al
micrófono, frente al presidente municipal de Cuernavaca, Jorge Morales Barud y algunos comerciantes homenajeados esa mañana
de noviembre.
Por comentarios de algunos de los
asistentes, entre ellos Arturo González
Díaz, convenimos que la mejor parte sería regresar a pedir el autógrafo a
cada uno de los comerciantes cuyas fotos ilustraban el libro, para darle más
valor al ejemplar que cada uno de nosotros conservaría como recuerdo.
Aquí comienza el verdadero
relato: desde luego que recopilé las firmas de todos los presentes en ese
auditorio de la Univac. Menciono a
quienes participaron en la elaboración de este tomo: la de Javier Jaramillo, Juan Jaramillo,
Hugo Calderón, Arturo González, Serafín
Peralta, Héctor Jaramillo, Armando Delgado y todos los
comerciantes que asistieron al evento.
Nuevamente hacía falta adentrarse
en el mercado para conseguir el objetivo de recopilar las firmas autógrafas de
los comerciantes. Una en especial. La de Gonzala
Peña Pastrana, de 84 años de edad, vendedora de cobijas y chales en la zona
de ropa, segundo piso de la nave este. Emocionado, le mostré el ejemplar, le
regalé uno, se reconoció en la foto de la página 117, sentada junto a sus
cobijas. Intercambiamos algunos comentarios sobre su salud, algo delicada por
un pelotazo recibido en la pierna y algunas molestias más.
Al preguntarle si podría
regalarme su firma en el libro, le mostré otras que ya había recopilado e
intenté decirle que el valor de ese ejemplar iba a ser ese: contener los
autógrafos de sus protagonistas, los verdaderos comerciantes del Mercado Adolfo López Mateos.
Lo pensó unos segundos y, con su
mano derecha arrastró el plumón dos veces sobre el papel couché. Me lo regresó
diciendo que no sabía escribir: sólo había puesto una pequeña marca en cruz
bajo la imagen. Tenía razón Juan
Jaramillo: ese día, con la carga emocional propia de nuevo
coleccionista, no sólo había conseguido la
mejor firma autógrafa de un libro editado con motivo de los 50 años del Mercado Adolfo López Mateos. Había descubierto
que cada uno de los personajes merece un tomo aparte.
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