martes, 25 de octubre de 2016

El autógrafo más preciado


Dedicado a Perla Leal

El 28 de noviembre de 2014 terminó para mí uno de los trabajos más gratificantes como editor de libros: ese día fue la presentación de Mercado Adolfo López Mateos 50 años de un gigante 1964-2014, un volumen de  184 páginas definido en su desarrollo como libro para los comerciantes. ¿Cómo fue posible hacer algo así? ¿Cuál debería ser el contenido de un libro sobre medio siglo de este enigmático lugar? Editar libros es una aventura gozosa más en el camino seguido que en el objetivo final. Así ocurrió. Este final fue apenas el principio de esta historia.

Meses antes nos habíamos reunido todos los involucrados en el trabajo para delimitar tareas, fijar objetivos, establecer una fecha límite, elaborar un listado de los comerciantes más longevos en su labor cotidiana, recopilar fotos antiguas, escuchar anécdotas y delimitar capítulos: del éxodo de comerciantes hacia el nuevo mercado, la descripción de su arquitectura, el intento de pintar el mural más grande del mundo en su interior, una reseña de la vida pública de Mario Pani, el arquitecto creador del edificio, hasta la historia de los dos incendios que casi terminan con el lugar.

Pero para conocer todo esto y para poder plasmarlo en un  libro hacía falta algo más que eso. -Tienen que ir al mercado, platiquen con la gente, a ver qué se encuentran. Ustedes no le van a poner carga emocional, nos dijo Juan Jaramillo Frikas, hermano de Javier, sendos personajes de este centro de abastos. Y no entendía entonces eso de carga emocional.

Como pudimos, nos metimos al mercado a platicar con la gente. A tomarles fotos. A escucharlos. Eso. Sólo escucharlos. Y fue así como unos enteramos de cada una de las vidas de quienes hace más de 50 años han estado al frente de sus negocios, en un lugar que se ha ido transformando cada década y que sigue en constante evolución.

Seleccionamos 200 fotografías de entre más de más de dos mil recopiladas, solicitamos al archivo Pani algunas más para ilustrar la portada y páginas interiores, sorprendiéndonos por la cantidad de obras que quedaron inconclusas del proyecto original: sólo se construyó la parte central que era el mercado, que representaba algo así como el 40 por ciento del total planeado. Y diseñamos una y otra vez el contenido, hasta lograr una maqueta final, que le dio funcionalidad al ejemplar.

Como casi todas las veces, imprimimos apenas con el tiempo exacto para darle acabados al material y estar listos para la presentación de libro, acordada en la Univac, cuyo dueño, Jorge Arizmendi, es otro de los hijos del mercado como lo dice el libro, pues su padre fue comerciante del López Mateos y así lo reconoció al micrófono, frente al presidente municipal de Cuernavaca, Jorge Morales Barud y algunos comerciantes homenajeados esa mañana de noviembre.

Por comentarios de algunos de los asistentes, entre ellos Arturo González Díaz, convenimos que la mejor parte sería regresar a pedir el autógrafo a cada uno de los comerciantes cuyas fotos ilustraban el libro, para darle más valor al ejemplar que cada uno de nosotros conservaría como recuerdo.

Aquí comienza el verdadero relato: desde luego que recopilé las firmas de todos los presentes en ese auditorio de la Univac. Menciono a quienes participaron en la elaboración de este tomo: la de Javier Jaramillo, Juan Jaramillo, Hugo Calderón, Arturo González, Serafín Peralta, Héctor Jaramillo, Armando Delgado y todos los comerciantes que asistieron al evento.

Nuevamente hacía falta adentrarse en el mercado para conseguir el objetivo de recopilar las firmas autógrafas de los comerciantes. Una en especial. La de Gonzala Peña Pastrana, de 84 años de edad, vendedora de cobijas y chales en la zona de ropa, segundo piso de la nave este. Emocionado, le mostré el ejemplar, le regalé uno, se reconoció en la foto de la página 117, sentada junto a sus cobijas. Intercambiamos algunos comentarios sobre su salud, algo delicada por un pelotazo recibido en la pierna y algunas molestias más.

Al preguntarle si podría regalarme su firma en el libro, le mostré otras que ya había recopilado e intenté decirle que el valor de ese ejemplar iba a ser ese: contener los autógrafos de sus protagonistas, los verdaderos comerciantes del Mercado Adolfo López Mateos.

Lo pensó unos segundos y, con su mano derecha arrastró el plumón dos veces sobre el papel couché. Me lo regresó diciendo que no sabía escribir: sólo había puesto una pequeña marca en cruz bajo la imagen. Tenía razón Juan Jaramillo: ese día, con la carga emocional propia de nuevo coleccionista,  no sólo había conseguido la mejor firma autógrafa de un libro editado con motivo de los 50 años del Mercado Adolfo López Mateos. Había descubierto que cada uno de los personajes merece un tomo aparte.

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