El donapri…
¿Tú eres Pedro Martínez?
─ ¿Tú eres Pedro Martínez?
Preguntó
Luis Arturo Valdez Otañez. El entonces Delegado del Instituto Nacional
Indigenista (INI) en Baja California, se dirigió a mí con un tono fuerte y
claro. Como que quiso tirar a majadero, sin que llegara a serlo.
Eran los
primeros días de agosto de 1999. En el entonces poderosísimo periódico El
Mexicano, se me había asignado la cobertura de las delegaciones federales ─siempre
que no interfiriera en las que “atendía” José Luis Cortés, un pintoresco
policía de tránsito, metido a “periodista”─, cubría también religiones y
organismos no gubernamentales, entre ellos el polémico Centro Binacional de
Derechos Humanos, propiedad del antropólogo, según
decía él mismo, Víctor Clark Alfaro.
Y fue
precisamente Clark Alfaro, unos días antes, quien declaró, palabras más,
palabras menos, que Luis Arturo Valdez había desviado recursos federales, que
el INI debía asignar a proyectos productivos de organismos no gubernamentales. No mostró ninguna documental, pero no era necesaria. En la redacción te exigían una cuota de notas que había que cumplir. Publiqué la versión en El Mexicano.
Estaba yo en la
antesala de la dependencia federal, esperando su llegada. Sería el mediodía,
cuando se escuchó el portazo del Pick Up que conducía personalmente el
funcionario.
─ Ya llegó, me
adelantó su secretaria, la misma que unos 15 minutos antes le reportó al “Donas”,
como se conocía a Luis Arturo: “Está aquí el periodista Pedro Martínez, viene
de El Mexicano… Me dice que tiene cita con usted”.
Tan pronto
apareció frente a su secretaria y a la derecha del sillón de espera en su
recepción, tiró la pregunta: ¿Tú eres Pedro Martínez? Y sin esperar respuesta,
ordenó a su secretaria:
─ Que pase… Y tráeme
también los documentos que te pedí ordenar, las comprobaciones de los programas
sociales…
De entrada a
su oficina, volvió a dirigirse a mí y con ese tonillo mandón, muy propio de los
norteños, me pidió: ¡Siéntate! Le respondí con una mirada que acusaba enojo.
Y suavizó:
“Así hablamos
por acá, atajó y preguntó, como para abrir plática: ¿Tu eres chilango?
─ No, no soy
chilango, soy de Cuernavaca, de la mera tierra “Del Jefe”, le respondí,
señalando la imagen de Emiliano Zapata, a sus espaldas.
En eso
estábamos, cuando se aproximó su secretaria y, acomedida, entregó un montón de
folders. “Aquí están los expedientes…”
Sin buscar,
porque el que necesitaba venía hasta arriba, agarró el folder que contenía los
documentos presentados por el Director del Centro Binacional de Derechos
Humanos y me dijo clarito, contundente y fuerte:
“Víctor Clark me
quiso extorsionar; ahí está el expediente de ese bato… Como me negué a
entregarle los recursos que quería, me ha estado golpeando. Acá (los reporteros)
ya no lo toman en cuenta… Te sorprendió”, me dijo, como acusando
desconocimiento de mi parte de lo que sucedía en la ciudad.
─ No me
sorprendió; él hizo una declaración, yo la tomé y la publiqué. Es todo…
Sin permitirme
terminar, atrabancado y arrebatado como luego entendí que era su personalidad, abrió
el “expediente” y lo puso frente a mí: “Eso es lo que presentó, una hoja en la
que intenta explicar las funciones de su agrupación, pero que en realidad no
justifica nada”.
Y luego de
colocar a un lado la hoja de Clark, me ofreció seleccionar, cualquiera de los
folders que contenían cada uno de los 20 proyectos productivos que habían sido
favorecidos. No tomé ninguno. Entonces, él mismo tomó uno de los de en medio y
me explicó uno a uno los requisitos que se debieron cubrir.
“El Donas”
Valdez Otañez me comentó los muchos proyectos que se realizaban,
particularmente en las regiones indígenas de San Quintín, al sur de Ensenada, a
donde acudí muchas veces con él.
Así, más
menos, fue mi primer encuentro con Luis Arturo Valdez Otañez, con quien trabé
una sólida amistad que tardó años, hasta el maldito 13 de enero, un domingo
como hoy de 2008, cuando se negó a dejar el restaurante que instaló en la
Colonia Cacho, El Rincón del Donas, porque “llegó una buena mesa”, como le
respondió a Laura, a mi querida Laura Sánchez, su propuesta de ya irse a su
casa.
“Fue la última
vez que lo ví”, recordó Laura unos meses después, en una velada que transcurrió
hasta el amanecer, en mi departamento de la Colonia Juárez de Tijuana, en donde
muchos años fui vecino de Luis Arturo Valdez Otañez, a quien mantengo vivo en
los muchos, muchísimos recuerdos que guardo de él, lo mismo viajes que
realizamos, que invitaciones de viajes que le rechacé, primero en el 2000, para
recibir el año en Nueva York, junto con Laura y Lusito, su hijo menor y con Dolores
mí esposa; luego o antes, no recuerdo, a Europa.
Luis Arturo
fue un priísta de verdad, tanto que cuando me dio su dirección electrónica, no
pude evitar reírme: eldonapri.
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