No se hubieran llevado al Mario
A las víctimas de nuestra herencia cultural /
A ver pues, si se hubiera ido
a su casa a ver la novela,
no lo habrían detenido
A ver pues, si se hubiera ido
a su casa a ver la novela,
no lo habrían detenido
Pedro Martínez
Serrano
Eran los días de la abundancia
invernal. Todos los que teníamos un trabajo lícito, cobrábamos nuestro
aguinaldo. Eran aquellos días en que los políticos-políticos recordaban que lo
eran y recorrían colonias y poblados de sus demarcaciones, para repartir
regalos y despensas, puras cosas de utilidad, nada que hiciera bulto y a las
pocas horas fuera basura.
Trabajábamos entonces
para Carlos Cedano Vázquez, para mí, el mejor vendedor del mundo.
Las oficinas del
Vespertino, deben haber estado entonces en Galeana, en la propiedad colindante
al restaurante Casa Taxco, bien bien una fonda de comida económica, que todo el
día abarrotaban y abarrotan burócratas de medio pelo.
La ubicación exacta
de la única cantina del mundo que editaba un periódico (así lo decía el propio
Cedano) no la recuerdo. Trabajé con él en Estanislao Rojas, en Abasolo, en
Hidalgo, en Galeana y Acapantzingo.
Tuvo también el
Penthouse del Edificio Orraca, en la Calle de Guerrero, hacíamos entonces la
revista Cuernavaca 2000. Sería a mediados de los 80´s, cuando llegó ahí, el
Mago Tamez, para reportear nota roja. Lo llevó Arturo Brito
Lilington.
Mario Tamez
Fernández, estaba cerca de los hechos, porque era socorrista de la Cruz Roja y
tenía un aparato de radiofrecuencia, que le permitía enterarse de los
accidentes, antes que nadie. Llevaba sus notas a mano y Carmen Cruz Figueroa,
se encargaba de la corrección de estilo. Alejandro Medina era fotógrafo y se
echaba la fotomecánica.
En nuestras
redacciones, se emborracharon muchas y muchos, como se acostumbró a segmentar
entre mujeres y hombres, luego de que el mamón de Vicente Fox fue jefe del
Ejecutivo Federal.
Hubo días de echar
cohetes, de abundancia y otros, no sé si los más, de levantar varas, como Juan
Salgado Brito ilustraba en paquete los días buenos y malos, cuando tomábamos
ron de marca libre y con 40 o 50 pesos el medio galón, que importaba la
Comercial Mexicana, creo que de Guatemala, agarrábamos la fiesta, pero también
aquellos en los que las botellas de las bebidas espitiruosas, portaban
etiquetas de marcas, digamos Fifí, para estar a tono con el desdén con que se
refiere el presidente López Obrador, a quienes cometen “el delito” de vivir
bien y tener para pagar por ello.
Por la barra de la
cantina de los periódicos de Carlos Cedano, no recuerdo si también
gobernadores, pasaron a decir ¡salud! Lo mismo senadores, secretarios de
despacho, alcaldes, diputados, regidores y oportunistas, muchos, muchísimos
oportunistas y busca chambas, hubo de todo. Hay de entonces un larguísimo
anecdotario, que se entrevera con la historia de Cuernavaca y el Estado, a
partir de cuando menos los 80´s y hasta pasado el año 2000.
En
esas largas tertulias, juegos de cartas, tragos, mentadas de madre y pleitos,
se cocieron anécdotas de todos y para todos. Todos los que trabajamos o pasamos
por las instalaciones de los periódicos de Carlos Cedano, fuimos parte de
algunas de las muchas historias.
Sería a finales del
94, cuando ya terminaba el gobierno de Don Antonio Riva Palacio López, cuando
Jorge Cazales, “El Vaca”, como le llamamos sus amigos, llegó a la redacción del
periódico/cantina o de la cantina/periódico y sin más, me comenta:
─¿Qué crees?...
Anoche ¡atoraron a Mario!
El asunto llamó mi
atención, porque se trataba de un muchacho desmadrozo, medio cabrón, medio
ventajoso, pero eso sí, servicial completo. Era bueno para los mandados. Nunca
ponía pretexto para ir por las tortas o por los chescos.
Mario caía bien a
todos. El mismo Cedano lo saludaba y le echaba desmadre. Con todos se llevaba
y, no sé si algún día, semana o mes, estuvo en la nómina del periódico, pero
algún tiempo se convirtió en el mandadero estelar, el de tiempo completo.
─No me
chingues… Y ahora ¿qué hizo?… Se supone que se fue contigo… No terminaba de
espulgar el reporte de Cazales, cuando me completó la versión del hecho.
─Lo llevaba para su
casa (en los Patios de la Estación), pero me dijo que se queda con unos compas,
tu sabes, quería “atizar”.
Y antes de que me enlistara
las adicciones del Mario, le interrogué:
─Bueno cabrón, ¿qué
pasó?
─¿Supiste que
atracaron Elektra?, me preguntó.
─No, cómo voy a
saber, vengo llegando a la redacción, le respondí. En aquellos años, nos
enterábamos de los hechos, en los periódicos, al día siguiente de que se
registraban, si bien nos iba. No era como hoy, que explota un ducto y a los 5
minutos se sabe en el mundo entero.
─Lo dejé en el Vergel
y se fue a la Estación… Se fue a meter con unos cabrones que habían asaltado
Elektra… Acababa de entrar, cuando cayó la tira. Se lo llevaron. A ver pues y él
no hizo ni madre, me dijo Cazales, como si yo fuera el juez de la causa, que iba
a ordenar la liberación de Mario “el bandido”, como le decían a aquel chamaco
servicial que nos ayudaba en la redacción, la mayoría de las veces, a cambio
del refín.
─A ver pues, si se
hubiera ido a su casa a ver la novela, no le habría pasado nada, le respondí, antes
de iniciar las diligencias, tupir a mentiras y llenar de elogios al bandido,
para que algún conocido se conmoviera e intercediera por él. Al final creo que así
fue, lo pusimos otra vez en circulación. El apodo de bandido, le fue impuesto,
porque de bebé, eso decían, agarraba la comida de hermanos y familiares.
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