martes, 22 de enero de 2019


​No se hubieran llevado al Mario

A las víctimas de nuestra herencia cultural /
A ver pues, si se hubiera ido
a su casa a ver la novela,
no lo habrían detenido

Pedro Martínez Serrano
Eran los días de la abundancia invernal. Todos los que teníamos un trabajo lícito, cobrábamos nuestro aguinaldo. Eran aquellos días en que los políticos-políticos recordaban que lo eran y recorrían colonias y poblados de sus demarcaciones, para repartir regalos y despensas, puras cosas de utilidad, nada que hiciera bulto y a las pocas horas fuera basura.
Trabajábamos entonces para Carlos Cedano Vázquez, para mí,  el mejor vendedor del mundo.
Las oficinas del Vespertino, deben haber estado entonces en Galeana, en la propiedad colindante al restaurante Casa Taxco, bien bien una fonda de comida económica, que todo el día abarrotaban y abarrotan burócratas de medio pelo.
La ubicación exacta de la única cantina del mundo que editaba un periódico (así lo decía el propio Cedano) no la recuerdo. Trabajé con él en Estanislao Rojas, en Abasolo, en Hidalgo, en Galeana y Acapantzingo.
Tuvo también el Penthouse del Edificio Orraca, en la Calle de Guerrero, hacíamos entonces la revista Cuernavaca 2000. Sería a mediados de los 80´s, cuando llegó ahí, el Mago Tamez, para reportear nota roja. Lo llevó Arturo Brito Lilington. 
Mario Tamez Fernández, estaba cerca de los hechos, porque era socorrista de la Cruz Roja y tenía un aparato de radiofrecuencia, que le permitía enterarse de los accidentes, antes que nadie. Llevaba sus notas a mano y Carmen Cruz Figueroa, se encargaba de la corrección de estilo. Alejandro Medina era fotógrafo y se echaba la fotomecánica.
En nuestras redacciones, se emborracharon muchas y muchos, como se acostumbró a segmentar entre mujeres y hombres, luego de que el mamón de Vicente Fox fue jefe del Ejecutivo Federal.
Hubo días de echar cohetes, de abundancia y otros, no sé si los más, de levantar varas, como Juan Salgado Brito ilustraba en paquete los días buenos y malos, cuando tomábamos ron de marca libre y con 40 o 50 pesos el medio galón, que importaba la Comercial Mexicana, creo que de Guatemala, agarrábamos la fiesta, pero también aquellos en los que las botellas de las bebidas espitiruosas, portaban etiquetas de marcas, digamos Fifí, para estar a tono con el desdén con que se refiere el presidente López Obrador, a quienes cometen “el delito” de vivir bien y tener para pagar por ello.
Por la barra de la cantina de los periódicos de Carlos Cedano, no recuerdo si también gobernadores, pasaron a decir ¡salud! Lo mismo senadores, secretarios de despacho, alcaldes, diputados, regidores y oportunistas, muchos, muchísimos oportunistas y busca chambas, hubo de todo. Hay de entonces un larguísimo anecdotario, que se entrevera con la historia de Cuernavaca y el Estado, a partir de cuando menos los 80´s y hasta pasado el año 2000.
        En esas largas tertulias, juegos de cartas, tragos, mentadas de madre y pleitos, se cocieron anécdotas de todos y para todos. Todos los que trabajamos o pasamos por las instalaciones de los periódicos de Carlos Cedano, fuimos parte de algunas de las muchas historias.
Sería a finales del 94, cuando ya terminaba el gobierno de Don Antonio Riva Palacio López, cuando Jorge Cazales, “El Vaca”, como le llamamos sus amigos, llegó a la redacción del periódico/cantina o de la cantina/periódico y sin más, me comenta:
─¿Qué crees?... Anoche ¡atoraron a Mario!
El asunto llamó mi atención, porque se trataba de un muchacho desmadrozo, medio cabrón, medio ventajoso, pero eso sí, servicial completo. Era bueno para los mandados. Nunca ponía pretexto para ir por las tortas o por los chescos.
Mario caía bien a todos. El mismo Cedano lo saludaba y le echaba desmadre. Con todos se llevaba y, no sé si algún día, semana o mes, estuvo en la nómina del periódico, pero algún tiempo se convirtió en el mandadero estelar, el de tiempo completo.
 ─No me chingues… Y ahora ¿qué hizo?… Se supone que se fue contigo… No terminaba de espulgar el reporte de Cazales, cuando me completó la versión del hecho.
─Lo llevaba para su casa (en los Patios de la Estación), pero me dijo que se queda con unos compas, tu sabes, quería “atizar”.
Y antes de que me enlistara las adicciones del Mario, le interrogué:
─Bueno cabrón, ¿qué pasó?
─¿Supiste que atracaron Elektra?, me preguntó.
─No, cómo voy a saber, vengo llegando a la redacción, le respondí. En aquellos años, nos enterábamos de los hechos, en los periódicos, al día siguiente de que se registraban, si bien nos iba. No era como hoy, que explota un ducto y a los 5 minutos se sabe en el mundo entero.
─Lo dejé en el Vergel y se fue a la Estación… Se fue a meter con unos cabrones que habían asaltado Elektra… Acababa de entrar, cuando cayó la tira. Se lo llevaron. A ver pues y él no hizo ni madre, me dijo Cazales, como si yo fuera el juez de la causa, que iba a ordenar la liberación de Mario “el bandido”, como le decían a aquel chamaco servicial que nos ayudaba en la redacción, la mayoría de las veces, a cambio del refín.
─A ver pues, si se hubiera ido a su casa a ver la novela, no le habría pasado nada, le respondí, antes de iniciar las diligencias, tupir a mentiras y llenar de elogios al bandido, para que algún conocido se conmoviera e intercediera por él. Al final creo que así fue, lo pusimos otra vez en circulación. El apodo de bandido, le fue impuesto, porque de bebé, eso decían, agarraba la comida de hermanos y familiares.


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